A medida que envejecemos, se produce una reducción de las sustancias que mantienen nuestra piel lisa. Entre dichas sustancias destacan el colágeno, la elastina y el ácido hialurónico. En la piel joven, una organización regular de tejido dérmico y un suministro abundante de colágeno y elastina, que contribuyen a formar el bloque de construcción que estructura la piel, permiten que ésta tenga una apariencia uniforme y se perciba firme. Con el tiempo, el proceso de envejecimiento interno predeterminado por nuestros genes, conjuntamente con el estrés oxidativo de origen externo, por ejemplo, a través de la exposición a la luz solar, comienza a afectar la apariencia de la piel. "Una disminución anual del 1% en los niveles de colágeno y el arreglo del tejido dérmico cada vez más desorganizado causan una pérdida en la firmeza de la piel y la aparición de arrugas".
Otro factor clave en la formación de las arrugas es una producción decreciente de ácido hialurónico. Esta es la sustancia de unión que rodea las células, confiriendo a la piel su apariencia joven y lisa. La disminución de esta sustancia propia de la piel propicia que la estructura de la piel pierda su percepción de plenitud y firmeza y se vuelva más susceptible a la formación de arrugas.
Estos procesos de
envejecimiento general también contribuyen a una
pérdida de densidad y una
pérdida de volumen.